Por más que intenté hacer pasar un poema por la ranura para billetes de la máquina expendedora de refrescos, el taimado artefacto lo regurgitaba cruelmente. ¡Fue la puntilla! Necesitaba refrescarme. Tenía la garganta irritada después de tratar de razonar por tres cuartos de hora con la burócrata de ojos de pescado muerto, que atendía el stand cuyo letrero de cartón de caja de huevo y marcador de aceite poseía la leyenda “Quejas y Altas”.
Lo que parecía ser un asunto de fácil solución, se extendió tediosamente a causa de la tozudez de la funcionaria para con mis argumentos. La cuestión se centraba en qué, a pesar de que nada me haría más dichoso que saldar la deuda con el departamento de luz y fuerza, mi estilo de vida no me permitía hacerlo de la manera “ortodoxa”; sin embargo, eso no significaba que deseaba desembarazarme del compromiso, en tanto que estaba dispuesto a plantear una alternativa para poder liquidar la cuenta:
“¡Puedo escribir una obra de teatro experimental basado en hechos cotidianos de su vida!!!” Le ofrecí a la servidora pública; al oir esto, me miró fijamente (como sólo son capaces de mirar los ojos vidriosos), suspiró levemente y me explicó:
“Yo he escrito todo esto para vosotros/pobres ratas. /Pero yo no tengo pechos/
con los que poder amamantaros como una buena nodriza”. El supervisor se limitó a echarme una mirada glaciar y a decir entre dientes: “Después de Catulo no hay nada... ojete.”. Para el siguiente fin de semana me dieron mi finiquito.
A pesar de mi triste historia, la funcionaria no se conmovió. Me echó una última mirada y sólo atinó a decir “compermisito que hay cola; si alguien quiere pagar con otra cosa que no sea efectivo, salga de la fila”. La cola se redujo a menos de la mitad.
En fin, la puta máquina no aflojó el refresco… no la culpo: últimamente nadie afloja nada que no sean consejos huecos, arengas edificantes, sermones soporíferos o furibundos reclamos.
Cuando estaba a punto de levantarme e irme a mi departamento, que para esa hora estaría sumido en las tinieblas más densas, mi musa se materializo sentada a mi lado en aquellas incomodas sillitas de fibra de vidrio; puso su mano en mi oído y acercando sus labios, dijo: “Tienes potencial, el arte te necesita”.
“¡Dame un cinco o chinga a tu madre!” contesté airado mientras me levantaba de mi asiento. Era evidente: La muy cabrona quería talonearme mi refresco…