Para aquel, que supo lo que es querer renunciar… y no lo hizo…
Para los amigos… sólo aquellos entenderán el chiste tonto.
Para los amigos… sólo aquellos entenderán el chiste tonto.
"Podría ser peor..."
Z
“¿Cómo sabe usted todo eso, acerca de ese otro mundo?”
P. K. Dick
Z
“¿Cómo sabe usted todo eso, acerca de ese otro mundo?”
P. K. Dick
No me tomó por sorpresa cuando dijo “nos vamos de putas a Bangkok”. No fue sugerencia, ni pregunta, aunque tampoco una orden; simplemente fue una afirmación, un hecho consumado. Como si siempre hubiese estado en el itinerario de la gira. Sin embargo, como repito, no me pareció fuera de lugar. Era algo común, que marcaba su carácter; que llevaba en la sangre. Sus genes están impregnados de un hastío acumulado generación tras generación, siempre en busca de ser saciado por la siguiente emoción fuerte. Era fácil deducir de donde venia aquella avalancha hedonista después de conocer y entender su historia genealogía: un linaje ininterrumpido de genios desquiciados, siempre tensando los límites, forzando el non plus ultra, hasta que el exceso reventaba y arrasaba con todo, cual dique, presa rota . Uno tras otro, cayendo desde muy, pero muy alto, con las alas derretidas, fundidos. Por eso no me extrañan los estrafalarios rumores sobre el paradero de la tía Alexa. A estas alturas no resultaría extraño que estuviera recluida en un manicomio de Marruecos, en una “villa de descanso” suiza, o en un ala industrial abandonada de la ciudad de México. Aunque a veces resultan claras exageraciones. Sobre todo si se escuchan sus trabajos recientes. Ahora que estoy aquí, postrado sin poder caminar, he tenido tiempo de escuchar completos los últimos discos que ha producido. Suenan cada vez más nítidos. Tanto, que casi duelen.
En este estado de semilucidez que provocan los analgésicos, no me resulta difícil imaginar a la vieja Alexa en trance, pálida y ojerosa, murmurando muy bajo y con los dedos crispados, conectando cables, graduando perillas, presionan botones, programando febrilmente consolas y compresores; rodeada de maquinas, de entre las cuales, destaca el sintetizador Moog del Viejo. Dicen que sigue utilizándolo para agregar uno o dos sonidos en cada producción, como forma de amuleto; una especie de ritual en su mitología personal, un tributo para mantener vivo al Viejo a través de su legendario sintetizador: esa reluciente máquina negra y plateada de cuatro paneles de madera, repleta de números y letras borrosas; esquemas que marcan un sinfín de perillas, plugs y jacks, para sintetizar un infinito numero de sonidos. El mismo que dicen que Bob Moog le regaló al Viejo, aquella vez en terminaron hasta la madre en un pent-house de Nueva York; bebiendo vodka pura, junto con León Theremen recitando a Maikovsky... o así lo cuentan, ¿quién sabe? Cada nueva generación de esa familia ha ido esculpiendo una parte de la leyenda que, ahora, resulta inexpugnable, monstruosa, desentrañable.
Al final de casi todas las juergas que llegamos a correr juntos, ella terminaba contando algún par de aquellas alucinantes anécdotas repletas de celebridades, estupefacientes y frenesí; todo tejido por el hilo conductor de la música; claro que a causa del alcohol y las kanphetaminas su relato siempre era como un mantra interminable, hilvanado con un sinnúmero de detalles incierto que formaban una vasta red imposible de desentrañar… hasta que por fin terminaba por dormirse con la botella, casi vacía, entre los dedos y el regazo… de igual forma que ahora lo hago yo, al rememorar y repasar los detalles y pequeñas circunstancias que me han postrado en esta cama, hasta terminar durmiendo al despuntar los rojos y filosos amaneceres, en este cartucho alquilado.
Si las anécdotas eran nebulosas, los orígenes eran casi abisales: nadie puede asegurar concretamente, cómo fue que el fundador de aquella dinastía, el Viejo, Juan García Esquivel, terminó casándose con la Pinal. Con aquello de “hay cosas que Silvia hizo, y que yo no hubiera hecho jamás”, Lilia Prado daba un amplio rango de interpretación. Algunos dicen que fue por el dinero, aquel con el cual Esquivel termino financiando las últimas tres películas de Buñuel en México y en las que la Pinal se “consagró”. Aquellos filmes a los que he vuelto en la convalecencia; mi favorito es la de “Los Náufragos”, aquella donde un grupo de burgueses son incapaces de salir de su propia mansión. El final es intoxicante: la Pinal logra recordar la combinación de cables y perillas del mentado sintetizador Moog. Conecta, desconecta, mueve perillas, presiona una tecla y el sonido que surge maravillan y desaletarga a los burgueses que logran escapar de la prisión metafísica en que se había transformado su propia casa… escapando de sí mismos, de su prisión personal, pero solo para caer en una nueva prisión. Por algo bautizamos la gira “Naufragio” (sí, por algo…):
Siempre haciendo tributos, mezclando referencias y guiños, así entendemos esto: como un telar por el cual puede pasar cualquier cabo suelto para entrelazarse en complicados patrones; pero siempre por una u otra razón y camino, se mantiene atado con todo lo demás… hasta cuando se rasga el velo… Ahora la gira queda inconclusa, al menos para mí… y para ella… hoy por hoy, no sé nada de su paradero. Lo último que supe fue que estuvo algunas horas en la sala de espera del hospital, la vertiginosa noche del accidente. Si el delirio del opio y la anestesia no me engaña creo recordar su silueta, como contemplándome desde el umbral de la puerta del pabellón. Al amanecer había desaparecido. El alba oriental la había evaporado. Sólo los primeros días esperé su visita, o para ser más franco, rápidamente me resigne a su ausencia. Sabía que no volvería… como buena hedonista, el dolor la ahuyenta, y no por maldad o indiferencia, simplemente el dolor ajeno es algo con lo que no sabe, no puede lidiar; no lo comprende. Y así, termina escapando de la confusión que su propia incomprensión le provoca.
Pero como decía: La combinación Esquivel-Pinal fue dinamita. Él tenía el talento y la visión, ella los contactos y la falta de escrúpulos. Pronto lograron proyectarse a lo grande. Por su parte, la Pinal, al acompañar en sus giras a Esquivel, fue conociendo más y más gente. Así fue como se involucraría con el grupo Fluxus. Tanto, que incluso llego a hacer algunos happenings en el bosque de Chapultepec, los cuales eran transmitidos en vivo en Siempre en Domingo: “Ah, que muchacha tan ocurrente esta Silvia” decía Raúl Velasco al presentar ante millones de espectadores a Silvia Pinal con mirada vidriosa y perdida en medio del trance de sus performances maratónicos.
A la gente le gustó. Por aquella época fue cuando les dieron el programa de televisión donde presentaban nuevos talentos, y a veces, Esquivel tocaba con la orquesta eléctrica mientras Silvia se aventaba alguna canción en sánscrito… cosas de la época. Era cuando la televisión comenzó a llenarse de performance y música experimental. Cuando Jodorowsky estrenó las primeras telenovelas pánicas.
Duraría poco. La prohibición gubernamental, después de lo de Avandaro, fue rigurosa. Aunque para entonces Esquivel ya era conocido en el planeta y todo mundo quería trabajar con él. Mientras tanto la hija mayor del clan, Silvia Pasquivel (como se hacía llamar) había comenzado a castigar el dichoso Moog Negro.
Eran tiempos difíciles para todos. Las películas experimentales de la Pinal fueron prohibidas (aunque las juventudes del 68 las proyectaban clandestinamente). Entonces, la primogénita Pasquivel, aleccionada por su padre y financiada por su madre, comenzó a moverse en el único lugar donde podía escucharse música decente: los hoyos funki.
Ahí surgió la ola eléctrica. Mi padre contaba historias alucinantes de aquella época. Las tocadas en Balderas, Iztapalapa y Neza. Me mostraba los vinilos de un montón de grupos chidos: Los Bugs-Bugs, Sinte Blanco, Incon-form, La Onda Sinoidal, la Orquesta Gruexxxa, los Pandemonium Longe… pura pesadez:
Tocadas donde había madrazos seguros. En garitos a la orilla de la civilización, exiliados en el anillo de miseria de la ciudad de México. Duelos donde cada músico acribillaba a las legiones de greñudos con sus sintetizadores mal afinados. Ordaz de cabrones con pantalones de mezclilla, huaraches o botas, y poco que perder. Era épocas duras… y las hijas mayores del Clan, Silvia y Viridiana supieron financiar aquella guerra de guerrillas sónicas. Tanto así que terminaron quedándose a vivir en algún rincón perdido del oriente de la Ciudad, manteniéndose cerca del vórtice. Ahí alcanzaría la decadencia a las hermanas Esquivel-Pinal. Ahí Pasquivel terminaría dando a luz a ella, a Stephany; Viridiana moriría temprana, inútil, misteriosamente, como solamente les está permitido fenecer a los idiotas-iluminados.
Desde entonces la tragedia parece irradiar de las mujeres de esa familia.
A veces, al despertar al atardecer, no recuerdo donde estoy. Lentamente la luz amarilla de la ciudad, el ruido de la lengua tailandesa, y el olor a glutamato monozódico me hace vacilar al no poder recordar donde estoy. Me muevo y siento el dolor punzante en la pierna derecha… de repente recuerdo y me siento ligeramente estafado… como si ella me hubiese conducido, lentamente, sin ruido, al abismo de la estupidez donde se fracturan los sueños... las esperanzas, donde las ansias de placer son aplastadas…
Supongo que así era cada amanecer para los patriarcas del Clan en la siguiente década. Para entonces, la dupla Esquivel-Pinal se había disuelto y la precipitada combustión de las hermanas mayores hubiera supuesto el fin de la dinastía. Sin embargo, aquella familia quebrada dejó como saldo un par de adolecentes resentidos y con ganas de incendiar el mundo: Alejandra y Juan Luis Esquivel.
Alexa E y Esquivel II, como son mejor conocidos por la gente que los admira hasta la saciedad, fueron engendrados y luego educados en medio del ruido y la locura. Precoces músicos concretos, adolecentes furibundos dedicados al ruido blanco, a los sonidos industriales y al ambient asfixiante. El fin de los tiempos los pesco en plenos 16. La madre no pudo contenerlos y solo pudo patrocinarlos: Amén por el dinero del Clan que sigue fluyendo a los fértiles campos del arte demente y malvado.
Para principio de los 90 ya eran músicos respetados en el oscuro ambiente post industrial internacional, compuesto por conciertos clandestinos, cintas pirata, fanzines agresivos y video-sesiones en vivo de harshnoise. Fue en el 94 que fundaron el gran sello: Ruido Negro.
La base del nuevo renacimiento, donde comenzaron a fichar las grandes leyendas de los últimos 15 años. El sello que dio vida a la nueva escena, de cobertura trasnacional, pero que se gestaba en los encarnados subterráneos de la Ciudad. Entre tocadas masivas que terminaban con redadas de granaderos. En garajes, en parques, en estacionamientos. Con cintas piratas repartidas en los tianguis bajo riesgo de detención. La ciudad se fue impregnando de aquellos sonidos electrónicos, de aquella rabia, de aquel alarido electrónico; y fue esa ciudad impregnada de fuego invisible, la que me sorprendió al principio de la adolescencia. En esa misma ciudad donde conocí a los viejos amigos, los que ahora también están de gira, en algún lugar del Pacifico, Europa central, Asía menor. No sé, a ratos pierdo la pista. Lo ultimo que supe es que Paraíso está en Paris, Trasgo en Barcelona, el buen R'lyeh en algún lugar del Pacifico, o en Berlín, o en Sudáfrica… yo que sé… se supone que terminando la gira en Japón , nos encontraríamos en Colonia… todos… ella y yo llegaríamos primero, para preparar el gran encuentro …
Ella, Estefanía Akita Esquivel, Akita-E, StephanE, nieta menor del clan, a la que conocí en la universidad, con la que departimos en la miseria, antes del éxito, antes de las giras, en el puro deleite del ruido. La que saqueó las arcas para montar y financiar Xpresso-Nova, heroico colectivo, sello, embarcación ebria al principio de siglo. Honor al Clan, continuidad al ruido. O al menos con esa rimbombancia se presentaría ella misma…
Los discos, los editamos… la nueva escena, la construimos; la tía, Alexa E, montó el estudio, nos produjo… los patriarcas nos bendijeron desde su decadencia… ganamos altura… escapamos… la gira, la noche, las drogas, la sorpresa, el dolor, el hospital, el miedo… el hastío…
Ahora… varado en Bangkok, con la pierna derecha inútil, escasamente financiado (los fondos de Xpresso Nova son limitados… y tiene meses que sospecho que hay una mano amiga en cada giro postal…) comiendo forzadamente esa basura saturada de glutamato monosódico; mirando mecánicamente aquellos canales especializados en películas de bollywood-terror subtituladas en tailandés. A veces despierto por el ruido imaginario de la cerradura de la puerta que se abre y deja en su lugar la amable silueta que vi en el umbral del pabellón de fracturas. Las noches son cálidas, muy, muy cálidas… este cuartucho de estudiante, lo mejor que pude encontrar para disimular mi derrota ante una noche de alcohol, opio y putas, es propenso a ese tipo de confusiones… a veces también duermo, apenas entrada la madrugada, y despierto una o dos horas después, sudando, mirando a la oscuridad… sintiéndome extraño, con los ojos aún fijos en ese extraño sueño, donde me encuentro muy lejos de Bangkok, en otro lugar, (¿el viejo terruño?) con la pierna izquierda inútil, bajo otro tipo de desesperación, tal vez más elemental… sin está soledad especifica, pero con otra del mismo calibre… a punto de quebrarme ante la presión, la frustración, el odio, la locura, el amor enfermo, la ira, la auto-condescendencia …
Y así me quedo, mirando a la oscuridad, hasta que la parálisis del miedo a la locura sede paso a la anestesia del olvido…
En este estado de semilucidez que provocan los analgésicos, no me resulta difícil imaginar a la vieja Alexa en trance, pálida y ojerosa, murmurando muy bajo y con los dedos crispados, conectando cables, graduando perillas, presionan botones, programando febrilmente consolas y compresores; rodeada de maquinas, de entre las cuales, destaca el sintetizador Moog del Viejo. Dicen que sigue utilizándolo para agregar uno o dos sonidos en cada producción, como forma de amuleto; una especie de ritual en su mitología personal, un tributo para mantener vivo al Viejo a través de su legendario sintetizador: esa reluciente máquina negra y plateada de cuatro paneles de madera, repleta de números y letras borrosas; esquemas que marcan un sinfín de perillas, plugs y jacks, para sintetizar un infinito numero de sonidos. El mismo que dicen que Bob Moog le regaló al Viejo, aquella vez en terminaron hasta la madre en un pent-house de Nueva York; bebiendo vodka pura, junto con León Theremen recitando a Maikovsky... o así lo cuentan, ¿quién sabe? Cada nueva generación de esa familia ha ido esculpiendo una parte de la leyenda que, ahora, resulta inexpugnable, monstruosa, desentrañable.
Al final de casi todas las juergas que llegamos a correr juntos, ella terminaba contando algún par de aquellas alucinantes anécdotas repletas de celebridades, estupefacientes y frenesí; todo tejido por el hilo conductor de la música; claro que a causa del alcohol y las kanphetaminas su relato siempre era como un mantra interminable, hilvanado con un sinnúmero de detalles incierto que formaban una vasta red imposible de desentrañar… hasta que por fin terminaba por dormirse con la botella, casi vacía, entre los dedos y el regazo… de igual forma que ahora lo hago yo, al rememorar y repasar los detalles y pequeñas circunstancias que me han postrado en esta cama, hasta terminar durmiendo al despuntar los rojos y filosos amaneceres, en este cartucho alquilado.
Si las anécdotas eran nebulosas, los orígenes eran casi abisales: nadie puede asegurar concretamente, cómo fue que el fundador de aquella dinastía, el Viejo, Juan García Esquivel, terminó casándose con la Pinal. Con aquello de “hay cosas que Silvia hizo, y que yo no hubiera hecho jamás”, Lilia Prado daba un amplio rango de interpretación. Algunos dicen que fue por el dinero, aquel con el cual Esquivel termino financiando las últimas tres películas de Buñuel en México y en las que la Pinal se “consagró”. Aquellos filmes a los que he vuelto en la convalecencia; mi favorito es la de “Los Náufragos”, aquella donde un grupo de burgueses son incapaces de salir de su propia mansión. El final es intoxicante: la Pinal logra recordar la combinación de cables y perillas del mentado sintetizador Moog. Conecta, desconecta, mueve perillas, presiona una tecla y el sonido que surge maravillan y desaletarga a los burgueses que logran escapar de la prisión metafísica en que se había transformado su propia casa… escapando de sí mismos, de su prisión personal, pero solo para caer en una nueva prisión. Por algo bautizamos la gira “Naufragio” (sí, por algo…):
Siempre haciendo tributos, mezclando referencias y guiños, así entendemos esto: como un telar por el cual puede pasar cualquier cabo suelto para entrelazarse en complicados patrones; pero siempre por una u otra razón y camino, se mantiene atado con todo lo demás… hasta cuando se rasga el velo… Ahora la gira queda inconclusa, al menos para mí… y para ella… hoy por hoy, no sé nada de su paradero. Lo último que supe fue que estuvo algunas horas en la sala de espera del hospital, la vertiginosa noche del accidente. Si el delirio del opio y la anestesia no me engaña creo recordar su silueta, como contemplándome desde el umbral de la puerta del pabellón. Al amanecer había desaparecido. El alba oriental la había evaporado. Sólo los primeros días esperé su visita, o para ser más franco, rápidamente me resigne a su ausencia. Sabía que no volvería… como buena hedonista, el dolor la ahuyenta, y no por maldad o indiferencia, simplemente el dolor ajeno es algo con lo que no sabe, no puede lidiar; no lo comprende. Y así, termina escapando de la confusión que su propia incomprensión le provoca.
Pero como decía: La combinación Esquivel-Pinal fue dinamita. Él tenía el talento y la visión, ella los contactos y la falta de escrúpulos. Pronto lograron proyectarse a lo grande. Por su parte, la Pinal, al acompañar en sus giras a Esquivel, fue conociendo más y más gente. Así fue como se involucraría con el grupo Fluxus. Tanto, que incluso llego a hacer algunos happenings en el bosque de Chapultepec, los cuales eran transmitidos en vivo en Siempre en Domingo: “Ah, que muchacha tan ocurrente esta Silvia” decía Raúl Velasco al presentar ante millones de espectadores a Silvia Pinal con mirada vidriosa y perdida en medio del trance de sus performances maratónicos.
A la gente le gustó. Por aquella época fue cuando les dieron el programa de televisión donde presentaban nuevos talentos, y a veces, Esquivel tocaba con la orquesta eléctrica mientras Silvia se aventaba alguna canción en sánscrito… cosas de la época. Era cuando la televisión comenzó a llenarse de performance y música experimental. Cuando Jodorowsky estrenó las primeras telenovelas pánicas.
Duraría poco. La prohibición gubernamental, después de lo de Avandaro, fue rigurosa. Aunque para entonces Esquivel ya era conocido en el planeta y todo mundo quería trabajar con él. Mientras tanto la hija mayor del clan, Silvia Pasquivel (como se hacía llamar) había comenzado a castigar el dichoso Moog Negro.
Eran tiempos difíciles para todos. Las películas experimentales de la Pinal fueron prohibidas (aunque las juventudes del 68 las proyectaban clandestinamente). Entonces, la primogénita Pasquivel, aleccionada por su padre y financiada por su madre, comenzó a moverse en el único lugar donde podía escucharse música decente: los hoyos funki.
Ahí surgió la ola eléctrica. Mi padre contaba historias alucinantes de aquella época. Las tocadas en Balderas, Iztapalapa y Neza. Me mostraba los vinilos de un montón de grupos chidos: Los Bugs-Bugs, Sinte Blanco, Incon-form, La Onda Sinoidal, la Orquesta Gruexxxa, los Pandemonium Longe… pura pesadez:
Tocadas donde había madrazos seguros. En garitos a la orilla de la civilización, exiliados en el anillo de miseria de la ciudad de México. Duelos donde cada músico acribillaba a las legiones de greñudos con sus sintetizadores mal afinados. Ordaz de cabrones con pantalones de mezclilla, huaraches o botas, y poco que perder. Era épocas duras… y las hijas mayores del Clan, Silvia y Viridiana supieron financiar aquella guerra de guerrillas sónicas. Tanto así que terminaron quedándose a vivir en algún rincón perdido del oriente de la Ciudad, manteniéndose cerca del vórtice. Ahí alcanzaría la decadencia a las hermanas Esquivel-Pinal. Ahí Pasquivel terminaría dando a luz a ella, a Stephany; Viridiana moriría temprana, inútil, misteriosamente, como solamente les está permitido fenecer a los idiotas-iluminados.
Desde entonces la tragedia parece irradiar de las mujeres de esa familia.
A veces, al despertar al atardecer, no recuerdo donde estoy. Lentamente la luz amarilla de la ciudad, el ruido de la lengua tailandesa, y el olor a glutamato monozódico me hace vacilar al no poder recordar donde estoy. Me muevo y siento el dolor punzante en la pierna derecha… de repente recuerdo y me siento ligeramente estafado… como si ella me hubiese conducido, lentamente, sin ruido, al abismo de la estupidez donde se fracturan los sueños... las esperanzas, donde las ansias de placer son aplastadas…
Supongo que así era cada amanecer para los patriarcas del Clan en la siguiente década. Para entonces, la dupla Esquivel-Pinal se había disuelto y la precipitada combustión de las hermanas mayores hubiera supuesto el fin de la dinastía. Sin embargo, aquella familia quebrada dejó como saldo un par de adolecentes resentidos y con ganas de incendiar el mundo: Alejandra y Juan Luis Esquivel.
Alexa E y Esquivel II, como son mejor conocidos por la gente que los admira hasta la saciedad, fueron engendrados y luego educados en medio del ruido y la locura. Precoces músicos concretos, adolecentes furibundos dedicados al ruido blanco, a los sonidos industriales y al ambient asfixiante. El fin de los tiempos los pesco en plenos 16. La madre no pudo contenerlos y solo pudo patrocinarlos: Amén por el dinero del Clan que sigue fluyendo a los fértiles campos del arte demente y malvado.
Para principio de los 90 ya eran músicos respetados en el oscuro ambiente post industrial internacional, compuesto por conciertos clandestinos, cintas pirata, fanzines agresivos y video-sesiones en vivo de harshnoise. Fue en el 94 que fundaron el gran sello: Ruido Negro.
La base del nuevo renacimiento, donde comenzaron a fichar las grandes leyendas de los últimos 15 años. El sello que dio vida a la nueva escena, de cobertura trasnacional, pero que se gestaba en los encarnados subterráneos de la Ciudad. Entre tocadas masivas que terminaban con redadas de granaderos. En garajes, en parques, en estacionamientos. Con cintas piratas repartidas en los tianguis bajo riesgo de detención. La ciudad se fue impregnando de aquellos sonidos electrónicos, de aquella rabia, de aquel alarido electrónico; y fue esa ciudad impregnada de fuego invisible, la que me sorprendió al principio de la adolescencia. En esa misma ciudad donde conocí a los viejos amigos, los que ahora también están de gira, en algún lugar del Pacifico, Europa central, Asía menor. No sé, a ratos pierdo la pista. Lo ultimo que supe es que Paraíso está en Paris, Trasgo en Barcelona, el buen R'lyeh en algún lugar del Pacifico, o en Berlín, o en Sudáfrica… yo que sé… se supone que terminando la gira en Japón , nos encontraríamos en Colonia… todos… ella y yo llegaríamos primero, para preparar el gran encuentro …
Ella, Estefanía Akita Esquivel, Akita-E, StephanE, nieta menor del clan, a la que conocí en la universidad, con la que departimos en la miseria, antes del éxito, antes de las giras, en el puro deleite del ruido. La que saqueó las arcas para montar y financiar Xpresso-Nova, heroico colectivo, sello, embarcación ebria al principio de siglo. Honor al Clan, continuidad al ruido. O al menos con esa rimbombancia se presentaría ella misma…
Los discos, los editamos… la nueva escena, la construimos; la tía, Alexa E, montó el estudio, nos produjo… los patriarcas nos bendijeron desde su decadencia… ganamos altura… escapamos… la gira, la noche, las drogas, la sorpresa, el dolor, el hospital, el miedo… el hastío…
Ahora… varado en Bangkok, con la pierna derecha inútil, escasamente financiado (los fondos de Xpresso Nova son limitados… y tiene meses que sospecho que hay una mano amiga en cada giro postal…) comiendo forzadamente esa basura saturada de glutamato monosódico; mirando mecánicamente aquellos canales especializados en películas de bollywood-terror subtituladas en tailandés. A veces despierto por el ruido imaginario de la cerradura de la puerta que se abre y deja en su lugar la amable silueta que vi en el umbral del pabellón de fracturas. Las noches son cálidas, muy, muy cálidas… este cuartucho de estudiante, lo mejor que pude encontrar para disimular mi derrota ante una noche de alcohol, opio y putas, es propenso a ese tipo de confusiones… a veces también duermo, apenas entrada la madrugada, y despierto una o dos horas después, sudando, mirando a la oscuridad… sintiéndome extraño, con los ojos aún fijos en ese extraño sueño, donde me encuentro muy lejos de Bangkok, en otro lugar, (¿el viejo terruño?) con la pierna izquierda inútil, bajo otro tipo de desesperación, tal vez más elemental… sin está soledad especifica, pero con otra del mismo calibre… a punto de quebrarme ante la presión, la frustración, el odio, la locura, el amor enfermo, la ira, la auto-condescendencia …
Y así me quedo, mirando a la oscuridad, hasta que la parálisis del miedo a la locura sede paso a la anestesia del olvido…