Bien es cierto que el pueblo había aguantado estoicamente los “rumores” (documentados) de que los políticos tenían acuerdos discrecionales en los que empeñaban la integridad de nuestro plano espacio-temporal, a cambio de ciertas concesiones preferenciales en el negocio de bienes raíces en otras dimensiones; también es cierto que se había tolerado que los grandes conglomerados mediáticos afirmarán que la “privatización del inconsciente colectivo” (comprometiendo sueños, imaginación y subconsciente) era la mejor manera de construir un país con posibilidades de crecimiento a largo plazo:
“…Es decir, para que lo queremos, ¿para tener sueños? ¿Libre albedrío? ¿Memoria histórica? En verdad me parece que es un bien que está pésimamente aprovechado con eso de la colectividad y que si se lo damos a entes desconocidos de otra dimensión es evidente que lograrán sacarlo adelante. Digo, es una exageración decir que se quiere terminar con la soberanía de nuestras mentes y que la dominación mental será el resultado. Quien dice semejante cosa basándose en lo que ha pasado en otras latitudes lo hace para provocar la incertidumbre. Yo no veo la importancia de tener voluntad propia cuando el grueso de la población no sabe ni lo que es, me parece que el libre mercado es la respuesta. Veamos las cosas positivas. Las naciones que han optado por la zombificación son estadísticamente las más felices, y poseen una taza de descontento de cero; nadie en absoluto se queja. Veamos los números y no tratemos de hacernos los patriotas…” argumentaban los lectores de noticias en el bloque de economía, poco antes de pasar al resumen deportivo.
La gente soportó que sus jerarcas religiosos ajustaran sus sermones para ensalzar la supuesta divinidad de los interdimensionales, y así poder compartir el botín con aquellos evidentes hermanos de causa:
“…por que renegar del acto purificador del control subliminal, es renegar de la sagrada institución de Cristo y toda su historia. Ir en contra del dominio mental, es ir en contra de las más profundas convicciones de la religión en todas sus acepciones. Así, la sabiduría de los jerarcas interdimensionales, no es ni por poco, diferente a la de nuestros más altos nuncios, ya que nuestros objetivos confluyen en si mismos… y no consentirlos ciegamente, es abjurar de la fe en los Sagrados Sacramentos…” recitaba una encíclica que propugnaba por la excomunión de todos los no-abducidos.
El estoico vulgo aguantó que sus bases de datos fueran vendidas a los Inter, y con ello, facilitarles el camino para la invasión de sueños, la teletrasportación no voluntaria, la virtualización del espacio-tiempo, así como el secuestro y destrucción de mentes. Todas estás, actividades protegidas por reformas constitucionales consolidadas por lo más sofisticado aparato judicial y defendido ferozmente por un ejercito de abogados y uno que otro magistrado a buen precio.
Por supuesto las fuerzas del Estado fueron las primeras y más entusiastas promotoras del nuevo orden interdimensional. O al menos, fueron las que opusieron menor resistencia. Incluso, casi ningún uniformado se inmuto cuando el negocio cambio de jefes y el poder paso a otras manos (bueno, eso de “manos” es un lánguido eufemismo, para evitar decir flagelos o tentáculos). Si algo tienen los ejércitos del mundo es su conmovedora fidelidad para quien manda; no importa que “La Autoridad” tome pésimas decisiones o posea 30 ojos en cada lengua. Lo importante es no deshonrar el uniforme, y si por algún “descuido” se deshonra, lo importante es no darle importancia. La apariencia es todo.
La gente toleró que la televisión también la traicionara:
“—Mami ¿los interdimensionales son buenos?—.
—Centra tu escasa atención, pequeña replica genética hembra: Los Protocolos Encomendados por “KishYohua-Hik’Ngunjak: El Gran Devorador que Nunca Duerme” son producto del mandato de los eones. Abjurar de ellos es blasfemar contra su esencia estelar. Además que mantienen unida a la familia en un caldo psíquico y hacen que la estructura de socialización primitiva a base de carbono que llamamos nación, sea un poco menos nefanda: ¡Anulación de los No-Absueltos! ¡Castigo Eterno a los Abjurantes de la Grandeza! ¡Kuuuushhhhaaaaaakkk, Meeeeeeoooooookkkaaaaaaiiiii! Buhhhhhhhhhkkkkk!.
—Je, je… ¡ahora entiendo mamita! ¡que divertido es escupir esputo verde y poner los ojos en blanco!: ¡Akkkkkniiiipuuuukkkk’Shuunnnnhúúúúúúúúkkkkk’Puuuuuuuu’Hkjuuuuuuu Waaaaakkk!...”, rezaba algún anuncio pagado dentro de la telenovela de las 8.
La gente (aunque, esta vez, los menos) toleró la felonía de la televisión cultural:
"—Eso me recuerda que hace poco mientras tomaba un café en Nueva York y discutíamos con mis amigos Ministros de Cultura acerca de la fútil pretensión de la libertad de conciencia como motor de la creación artística… digo, yo como Artista y Literato, se muy bien diferenciar un Kushhhhnik-Tör de una Mikñaag-Huk… jajaja, si me entienden ¿no? jajaja—.
—j o jo jo…por favor, quien no sabe eso. Me parece que es algo de lo que deberíamos preocuparnos en vez de seguir lamentando la perdida de autodeterminación. Es el tipo de cosas que hacen que no podamos parecernos al Primer Mundo o la Primera Dimensión—". Aunque ello era simplemente un signo del nuevo estado de ánimo de la intelectualidad (la que importa, claro… es decir, la que si se contempla en “El” presupuesto):
“Considerar que la mente humana debe fortificarse y evitar toda intromisión en cualquier nivel de la sique es una muestra de intolerancia interdimensional. Aquellos que defienden dicha posición, sin blandir argumentos diferentes al “libre albedrío” o la “libertad de conciencia”, y sin tomar en cuenta las ventajas administrativas que conllevan la flexibilización de dichas barreras mentales, sólo pueden ser acusados de extremistas e instigadores de la barbarie. Dichos atavismos intelectuales son los que bloquean el avance democrático que tiene que ser dirigido por nuestras instituciones, a las cuales respaldamos sin ninguna reserva. Nuestra posición es claramente la que ha de conseguir una victoria palpable en el marco histórico. Podemos decir sin temor a equivocarnos que nuestra inacción nos ha llevado a la victoria, hemos ganado sin siquiera movernos; argumentar otra cosa es sólo sembrar la duda y el radicalismo.”
Dicha carta de Intelectuales (así, con “I” mayúscula) iba acompañada de una fotocopia de la lista de la nómina bancaria del Ministerio de Cultura (evitando así, el engorroso tramite de hacer firmar a todos los manifestantes; pues como se sabe, la gente importante siempre está ocupada).
Y el pueblo aguantó cuando encapuchados con armas de alto calibre irrumpían a media noche, destrozando puertas y ventanas, para capturar a aquellas jóvenes síquicas y muchachos ensoñadores, que representaban un estorbo y un peligro para el hipoalergénico lienzo en blanco que necesitaban los interdimensionales para la reprogramación colectiva.
Pero cuando la bestia de cientos de ojos, opacó el cielo… la gente no aguantó más. Algo sucedió. Nadie sabe que fue a ciencia cierta. Algunos dicen que era un plan bien organizado por una célula de resistencia. Algunos que todo comenzó por una pedrada fuenteovejunesca. Lo cierto es que la paciencia se esfumó y que la senda fácil por la que los interdimencionales habían transitado hasta ese momento, se trunco definitivamente.
Y la rebelión comenzó. Primero como una revuelta mental arrojando pedradas síquicas. Por suerte, no todos los soñadores estaban extintos. Se reorganizaron y la revolución se expandió. Algunos argumentaron que no se podría ganar, que lo mejor era rendirse. Al final del día ellos también luchaban.
Lo demás es historia.
Al terminar todo, los ensoñadores casi se habian extinguido.
Por suerte algunos todavía recordaban como soñar. Fue su responsabilidad mostrar el camino al resto de la gente.
Ahí fue cuando la paciencia sirvió de verdad.