jueves, 24 de junio de 2010
lunes, 21 de junio de 2010
Las Luchas
Nunca fue un secreto para nadie. Todos esos cabrones empezaron de “madrinas”. Todo mundo lo sabía; aunque ahora salgan fingiendo demencia y haciéndose los héroes de las manos limpias, todos le entraron alguna vez. Si no fue en la secreta, fue en la judicial, en la federal de seguridad, en la DIPD, o hasta en la chingada BARAPEM.
Aunque ahora muchos anden sin la máscara, es fácil reconocerlos. Luego, luego se delatan solos, con sus moditos pendejos. Su forma de hablar como robots, la forma de posar frente a las cámaras, de pararse durante un discurso, de guarurear. Aunque ahora se hacen los remilgados, y ya no hacen llaves (al menos no frente a las cámaras), cuando andaban enmascarados y repartiendo putazo limpio, hasta aullaban los hijos de la chingada.
Por eso digo que la pinche comisión de la verdad es pura mamada… ni modo que esos güeyes se echen de cabeza solos, entamben a sus patrones… coman perro, pues. No va a pasar nada, pura cortina de humo para callar el argüende internacional. Después tierrita al asunto y ámonos a la verga con sus derechos humanos. Así fue siempre. Y no veo motivos pa'que cambie, siguen repartiendo putazos a mansalva y nadie mete las manos.
Lo que me encabrona es que salgan haciéndose los modositos cuando todos sabemos la historia de pe a pa…y yo les digo: que no mamen. Desde el más pinche carcamán hasta el más nalgasmiadas son todos iguales… desde siempre.
La historia está más que sobada. Los más viejos, los primeros comenzaron disolviendo al henriquismo. Fue poco después de aquella época cuando se empezaron a usar las mascaras. La lógica de su explicación al público era simple: para hacer eficiente a la Policía Secreta, la personalidad de los agentes tenía que ser secreta. Aunque la verdadera razón era que durante el henriquismo la secreta se metió en una broncota cuando el sobreviviente de algún fusilamiento clandestino, reconoció y denuncio al capitán de dichas operaciones.
Un sobreviviente de aquellos fusilamientos realizados al caer la tarde, en la cuneta de alguna polvosa carretera desierta, camino a Cuautla o a Cuernavaca (esas mismas carreteras que pocos años después, verían ir y venir lujosos autos conducidos por enmascarados que andaban a la caza de algún tal Jaramillo, Cabañas, Vázquez…): Los bajaban a empujones del coche en el que horas antes los habían secuestrados al salir de la oficina. Los hincaban y les descerrajaban un tiro en la nuca: los cuerpos llenos de hormigas, serian encontrados al alba, bajo un árbol seco de huaje, por algún famélico campesino madrugador… si había investigación, pronto quedaba cerrada con una conclusión tan peregrina como “ajuste de cuentas” o “crimen pasional”. Así fue hasta que uno sobrevivió. Luego: el escándalo, la negociación y el olvido. Cayó el capitán, pero no desapareció. Las mascaras hicieron más eficiente la chamba, me dijo años después dicho capitán, con una gran sonrisa mientras desayunábamos en su casa de Acapulco.
Y así se fue consolidando la fama de los “justicieros enmascarados” como gobernación exigía que la prensa se refiriera a sus agentes encubiertos si no quería recibir algún tipo de “amonestación”. Claro que en aquellos tiempos eso no era lo único que gobernación le exigía a la prensa. Sobre todo considerando los métodos de dichos “justicieros”. Ahora muchos se las quieren dar de héroes anónimos, pero como digo: Empezaron como “madrinas”, sin más.
Así funcionaba: que había un “caso difícil” (esa era la clave para decir “operación clandestina”) se le llamaba a un enmascarado y se le encargaba “investigar”. El método de “investigación” era llegar de noche, en un descapotable sin placas, y sin orden de cateo o aprensión alguna irrumpir en el domicilio sospechoso a rajar madres. Ya cuando había “ablandado” al sospechoso (roto uno o dos huesos), echaba un telefonazo a Tlaxcoaque y llegaban los refuerzos. Es por eso que la policía siempre llegaba al final, a arrestar, cuando ya había pasado el desmadre. Si se podía, se le sacaba información al sospechoso, si no, de todos modos, hecho un coagulo, se le mandaba de cabeza a Lecumberri. Ya en la rejilla de declaración ante el juez ¿quien se iba a quejar? O mejor dicho ¿A quién iban a acusar?: “no, que me pego tal”, pues a ver, deme sus señas, nombre, descripción, decía el juez; “no, que una máscara así y así”... piches jueces nada más se reían.
Si por eso se decía que era “libre”, porque los enmascarados podían hacer lo que se les pegaba la gana cuando había operativo. Así fue con los vallejistas y luego en el sesenta y ocho: Llegar de noche y a partir madres, a desmantelar comités, romper huelgas, detener a cuanto cabrón se les cruzara; por eso se usaban descapotables, porque son más prácticos a la hora de “levantar” a alguien. Si me acuerdo que era cosa de que uno de esos autos convertibles de colores plateados o naranjas se estacionara en cualquier esquina, para que las calles de dicho barrio quedaran desiertas, a causa del miedo que infundían.
Putazo limpio como dije, para eso servían. Ya luego se especializo la cosa, entrenamiento por militares y cosas así, incluso clases con gente de la CIA o el Mossad. Fue cuando surgió el escuadrón de “técnicos”, que eran los que recibían esos entrenamientos… sí, eso fue después del sesenta y ocho, cuando se inició la guerra contra “los marcianos”… ese era el nombre clave (por aquello del “planeta rojo”) de los “sospechosos comunistas”.
Fue por aquel entonces que el gobierno armó, con sardos y tiras, la Brigada Plateada. Se llamó así por el nombre clave que usaba el mero capitán, el más famoso de los enmascarados. Pues sí, su nombre clave le venía porque era el mero-mero, a quien había que “encomendarse” si se requería un “milagrito del de arriba”. El otro apodo se lo puso él mismo porque decía que la verdadera mascara era su charola. Por eso Brigada “Plateada”: brigada de la charola, pues.
Fue por aquel entonces que las cosas se recrudecieron. Más secuestros, ejecuciones, irrupciones ilegales: a lo que ahora le dicen guerra sucia. A veces se les pasaba la mano y ya na’más presentaban los cuerpos y se inventaban una historia imbécil para la prensa de nota roja. Por eso los nombres tan pendejos que tenían los detenidos de aquel entonces: Las momias, los vampiros, los marcianos. Todos eran nombres claves para referirse a masacres de campesinos, guerrilla urbana, o estudiantes.
Eso de las claves es interesante. Los alias de los enmascarados también eran claves, tenían que ver con “sus habilidades”: que el “Rayo” de tal lado, porque era el que daba los toques eléctricos en los interrogatorios; que el Huracán tal, porque usaba el pozo o el tehuacanazo; que el fulano Azul, porque estrangulaba hasta la asfixia al interrogado. Y dependiendo de su pinche saña para torturar eran otros apodos: perro, doctor, bestia… etc.
Si de acordarme me da un pinche escalofrió cabrón. Muchas veces llegue a estar en los interrogatorios: chingadamadre…
Aunque tampoco me voy a hacer de la boca chiquita; pa’que miento, cuando trabajé ahí me iba chingón. Por lo menos mi chamba era a toda madre: Coches, culos, desmadres (en casas de Acapulco, que duraban semanas) y todo lo que quisieras meterte en el cuerpo. Ya para entonces había con qué. Después de lo de “los marcianos” la brigada se había hinchado, entre saqueo a las casa de los mismos chavos que secuestraban, tráfico de armas y uno que otro secuestro por su cuenta, los enmascarados comenzaron a hacer finanzas de verdad. Para entonces fue cuando un cuate me metió a trabajar ahí, poquito después de la entrada del Negro Durazo de jefe de policía del DF.
Mi trabajo era a ratos medio en guasa, a ratos medio en serio. Yo era una cosa entre medio mascota y “administrador”. Y Digo mascotas porque en aquellas épocas esos güeyes sentían que llegar conmigo en su descapotable les daba como un pinche toque entre exótico y lujosos, hasta medio monárquico. Se sentían pinches emperadores aztecas (y me cae que en aquellos tiempos no estaban tan errados). Pero como decía, mi chamba real consistía en organizar el desmadre. Conseguir a tal o cual culito del cine nacional( que era una de las mejores partes de la chamba, na’mas era cosa de llegar con el fajo de billetes y el recado del patrón y luego luego aflojaban, hasta conmigo, si, así como me ves, las muy cabronas me hacían servicio completo, aunque hora anden de divas del cine nacional o de delegadas del ANDA, ahí me decían hasta “padre santo”… ); tener al puro pedo los coches, preparar las fiestas y organizarlas: que las casas de Acapulco, que el conjunto tropical(ahí namás checa mis fotos donde el pinche Rigo sale cargándome) que la comida, que el chupe, que el perico… y ya que hablamos de eso, ahí es precisamente donde estaba la otra parte de la chamba: la “administración” de las ganancias… o blanqueo del dinero para dejar de hablar en clave.
Ahí me tenias lave y lave: administrando restaurantes en la Quebrada, puteros en Cuernavaca, Cabarets en Garibaldi, inmobiliarias. Tampoco me voy a adornar, yo no fui el único “administrador”, pero si el primero, de hecho los que llegaron después fueron entrenados por mí. Ya te imaginaras el desmadre, llegábamos a cualquier lado y nos trataban de “usted” y de “señor”. Sabían para quien trabajábamos y sabían lo valioso que podía resultar un favor de nosotros. Todos andaban ahí doblando el espinazo para hablarnos al oído. Desde grandes empresarios inmobiliarios, pasando por curas y comediantes del cine. A todos se les hacía muy pinche natural. Quien sabe que tiene la gente con dinero que le tiene tanta veneración a los enanos. Se sienten como a gusto en nuestra presencia. Como si les fuéramos a dar suerte. Quién sabe. Pendejadas al fin y al cabo. Una tradición de culeros de las que abundan en este país.
Aunque lo de la “administración” la verdad si tenía su razón de ser. Yo era el prestanombres de todos los desmadres ¿pero a quien se le iba a ocurrir investigar a un enano? No me imagino a ningún tira, con ese orgullo de puta fina que se cargan, exponiéndose a la burla de investigar a un enano. Carlos conocía muy bien la sicología de sus pinches colegas.
Ah… Carlos era el nombre del capitán, aunque el único que le decía así era el pinche Durazo. Se lo decía fuerte, a veces gritando para que todos entendieran el nombre. Lo hacía para intimidar, para recordarles a todos que a él le valía verga lo que ellos se creyeran, que fueran lo que fueran, el sabia quienes eran, quien estaba detrás de cada mascara y que en cualquier momento se los podía chingar. ¡Carlos, carajo! le gritaba el Negro al capitán en su propia oficina y se escuchaba en todo el edificio, sobre todo en los últimos tiempos cuando Durazo sentía que todo se desmoronaba a su alrededor.
Pero a pesar de los alardes del pinche trompudo ese, cuando por fin cayó, todo mundo pudo salir en desbandada. El muy cabrón logró jalar al hoyo a un par de enmascarados, los más visibles y embarrados (por ahí dicen que la muerte del capitán no fue nada natural…). Pero las pinches lagunas legales que habían permitido la creación y función de los enmascarados por tanto tiempo, se habían convertido, para entonces, en pantanos jurídicos que le permitió a la mayoría zafarse fácilmente. Todo mundo les debía muchos favores. La agencia principal se disolvió, pero todos encontraron chamba de volada en algún otro servicio policiacos, militar, de seguridad, nada más hacia falta cambiar de mascara y listo.
En cuanto a mí, quede asqueándote de tanta mierda. Mejor agarre mis chivas y con lo poco o mucho que había juntado me dedique a administrar mis negocios (y la neta era más difícil para un enano buscarse la chamba de tira): Un par de puteros en Cuerna, unas cantinitas por Bucareli, (aunque poco después termine por cerrar una de las cantinas y uno de los puteros abre y cierra conforme cambia el presidente municipal). Y ahí sigo tirando.
Igual a los demás ojetes les fue mejor. Bueno a algunos si, a otros no tanto, pero ahí andan. Na’más hace falta medio leer el periódico para encontrarse con algún culero de esos: Que detenida una banda de secuestradores, ahí ves al Perro tratando de taparse la cara de las fotografías; que ejecución entre narcos, ahí está el Nieblas incrustado en el asiento de su hummer acribillada; que el próximo candidato del PAN a diputado de Hidalgo y ves al Cavernícola muy pinche sonrisotas dándole la mano a los acarreados hambreados del estado. La otra vez casi me caigo de nalgas cuando me encontré con la cabeza enmascarada del Dr. Bach en una hielera, con la boca abierta, negra como una pinche letrina, ahí en primera plana (a lado de la foto de una chinita tetona medio encuerada metiéndose mano). Directores de inteligencia, estado mayor, operación antidroga, jefes de la judicial, guaruras de narcos…
A mí, más que encabronarme, me da risa que todo mundo se haga pendejo. Ahora si muy remilgados, muy pinches licenciados, muy pinches derechos humanos… ahora si muy portada de Forbes, muy fundación benéfica… hasta los chavos de ahora andan de mamones enmascarados, como si al final, las victimas terminaran por ponerse las mascaras de los verdugos… por puro gusto. Los cabrones siguen aullando.
Tan es así que todo esto que te digo puedo salir a gritarlo a la calle y todos van a hacer como que no me oyen, volteando la mirada, moviendo la cabeza y dándome palmaditas en el hombro, mientras dicen “ay, pinche enano…“; y yo les digo: ¡chinguen a su madre, seré un pinche enano pero sigo teniendo un par de huevos y una escuadra cargada debajo de la barra!
¡Ja! No te digo que siempre afloran las ínfulas de puta honrada. Pero total, ni que fuera a pasar algo… Todo se sabe ¿pero quién se les va a plantar a esos cabrones? Como dije, son los mismos de siempre, sólo cambian de mascara.
jueves, 17 de junio de 2010
Dislexia Mántrica
Sumergido en un estanque
De verdosa luz de argón
Abriendo la escafandra,
Tras la cual se encuentra
La desquiciante visión
Del Perro-Nahual-Nahuyaca
Corriendo en llamas, de madrugada
Hecho la madre por la arboleda
De la calzada Puebla-Zaragoza
Escupiendo lumbre, socarrón
A las ventanillas de aquella
en-mezcal-ada pesera en celo
Cuya cabina apesta a tlalchicotón
curado con exvotos de plata acochambrada
a putas de unocuarenta
devotas del dios neón
De orgasmos precognitivos
de amplias caderas y chancros finos
Que hacen sus abluciones
de bacachá pintado y sazonado
Bajo las intermitentes / rojas luces
De torres satelitales
Trepadas en la punta
de una loma nopalera
Redirigiendo el aullido
/del errante satmexseis:
Entre piqueras abisales
Y pulmones servidos
En vasosdecristaldebohemia
bríndamos y pintamos alacranes
con alas de mayate-mayahuel-macuahuitl
y gritos de cigarras/desahuciadas por Basho:
Caguameando en la trajinera de Caronte
Bajoneando / panaceas con salsa verde
Campaneando de soslayo
Dios y Diablo mean a gusto
a un lado de su patrulla
en la que viaja esposado
un Testigo de Jehova / perdido en la tomadera
por ver al Cristo de frente
Recién nacido, plácido en un guacal
Entre un puesto de porno brasileño
Y otro de la tambora sinaloense
Su virgen madre / de iluminada faz
A causa del tafil y las caguamas:
Teolepsia a todo mecate
También de estupor se canta
(Oaxaca y diosnuncamuere)
[(Y si muere:
curaremos el mezcal con sus gusanos)
ya inventaremos más]:
Virgilio enciende un cigarro
Mientras vigila tranquilo
Las arcadas del buen Dante
Guacareando en una esquina
Frente a un Seven-Hell-eaven
Antes de reemprender el sino:
Que la noche es joven
Y el estupro dulce
Y el amor: una pistola quemada
con mira chueca
y percutor limado.
miércoles, 2 de junio de 2010
Bahía Ballard
La plancha de concreto se ilumina naranja por efecto de los tubos de argón que intermitentes completan la garigoleada palabra “MOTEL”. Dicho anuncio pende de la parte más alta de aquella mole de 5 pisos color rosa pastel, en cuya superficie pueden leerse, escritas con pintura morada, palabras como cable, caliente o jacuzzi.
Aunque son las 4 de la madrugada, es fácil intuir los contornos de aquella plancha a consecuencia del blanco resplandor que despiden los reflectores de halógena con los que se ilumina la bahía de la gasolinera que se encuentra justo al pie de aquel muro.
A un costado, la autopista; más allá, cruzando, una enorme chimenea despide una columna de vapor que se tiñe de rojo por efecto de los focos señalizadores que rematan dicha construcción. Paulatinamente aquel gas se dispersa, se destiñe y se fusiona con la inmensidad de un cielo completamente negro; aquí, una tibia coca-cola de lata comienza a hacer efecto, asentando la realidad que poco antes fue pulverizada por efecto de la adrenalina mesclada con el alcohol.
Con un movimiento seco poso la lata de refresco en la banqueta donde nos encontramos sentados. Saco un cigarro y le pido lumbre al Doctor. Exhalo la primera bocanada y pesco la lata antes de que sea pateada por el borracho que acaba de salir de la puerta del minisúper que se encuentra a nuestras espaldas y que es atendido por jóvenes de ojos tristes y actuar nervioso. Cuido mi refresco: en dichas circunstancias resultaría una tragedia insoportable ser testigo de la expansión de aquel líquido tibio y negro sobre el concreto, seccionado por retículas amarillas, que dan forma a un estacionamiento desierto.
Con la misma mano que sostengo el refresco señalo la mancha verde en la defensa del automóvil rojo. No hay abolladura, solo ese raspón verdoso que por momentos parece fulgurar. Piloto ríe nervioso y se empina su propia coca-cola (brebaje con el cual Doctor y yo tratamos de cortarle el estupor toxico y así recuperar sus habilidades al volante). Los ojos se le rasgan, un poco más, al soltar otra risotada y tratar de describir las ominosas dimensiones del hipotético bache que lo obligó a maniobrar, de tal forma, que terminamos encallando en la banqueta con la defensa impactada en una puerta de metal multicolor de una nave industrial. Con ambos brazos, Piloto dibuja círculos frente a sí mismo rememorando las maniobras para desatascarnos y pirarnos a toda velocidad, antes de que un velador borracho intentase reclamar el desperfecto. Todos reímos con la explicación, incluso M.
La euforia y el aturdimiento se licuaron estrepitosamente al momento de la salida. Nos abrimos paso entre mentadas de madre y comentarios mezquinos, sudor pegajoso y sangre fresca, olor a vomito, grasa, alcohol y droga. Era fácil augurar una tormenta mayor sólo con escuchar los matices en las voces increpantes, la violencia en los ademanes que pedían calma y los rictus de los rostros expectantes. Entre puñetazos a mansalva y condescendencia roñosa, hacía falta menos que una chispa, una pequeñisima falta de juicio de M, para desatar el exceso. Mejor salir vertiginosos, “por si acaso”.
Claro que ninguna fuga dura mucho en esas circunstancias. La mancha fulgurante es prueba de ello.
Pero ahora reímos, en medio de la madrugada y de la nada. Con regusto a sangre a causa de las heridas arteras en los labios. Con el cabello frio y mojado por el chorro de agua de un lavabo de gasolinera. Con los ojos irritados por el humo del cigarro y las articulaciones cansadas por la tensión. Reímos respirando la atmosfera que es una mezcla de gasolina, smoke y cadáveres de rastro, en medio de-un-punto-muerto de una carretera que va a ninguna parte. Iluminados por la torreta bicolor de una patrulla destartalada. Reímos. Y El mundo adquiere una solidez que hace tiempo no tenía. Nos levantamos, los cuatro.
Un borracho desciende de una camioneta vieja, se acerca y nos hace una confidencia: “esos putos me querían morder” y señala discreto, con el mentón, a la patrulla. “Ando bien pedo, pero no hay toz, aquí me espero en lo que se van, pinches putos. Al fin ¿qué?: tengo-más-tiempo-que-vida… ¿o no?...”
Reímos de nuevo. Pronto amanecerá.