El poderoso chaman resguardaba la entrada como si de un cabaret de mala muerte se tratase, sus secuaces plantaban su presencia como piedras tostadas en un mar de tornillos. Todo se tornaba extraño en el recinto y la sagrada comunión empezaría en cualquier momento. Los mas ávidos caminaban temerariamente por los pasillos en completo silencio mientras los demás se aglutinaban en rincones colmados de extrañeza. Todos los traidores del gran lagarto se aglutinaban esperando lanzar una estocada certera al cuello de los oponentes pero el imaginario de la repetición se anteponía a cualquier intención mal sana y predadora. La fauna total era diversa, lagartos de menor clase, zuripantas disfrazadas de capullos rosáceos, topos fumadores, aborígenes inanimados, hechiceros desterrados, merodeadores asesinos... lo mas sorprendente fue un engendro diabólico que se paseaba con alas de papel aluminio arrastrando una marmota encariñada que resaltaba su cráneo descarnado como perlas del sol. No tardaron mucho en hacer efecto lel canto del chaman y pre visiblemente se veían los hocicos babeantes, los aullidos estertoreos haciendo eco en las galerías , el frenético movimiento junto a las llamas cadavéricas. Mis ojos se empezaron a impacientar y salido de control salí huyendo en un gran drakkar de la era de la bomba nuclear , repleto de inocentes bárbaros embrutecidos por alegres efluvios y coplando la desgracia de la ultima batalla. El viaje se prolongo por días y días y dias hasta llegar a la ultima capilla en pie de la orden de los pies de carbón donde el reposo es obligación del séptimo mandamiento de su filosofía. Desde entonces no he visto la luz del sol, escribo bajo el cascaron chicharronesco de una cucaracha enorme, derivado de una buena cena celebrando el retorno de un esposo muerto a la tierra de los medio muertos.
ze.
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