jueves, 12 de abril de 2012

San Cris...

Los árboles cantan a coro, felices, el fin del mundo.

Jueves santo. Seis en punto.

La luz no ha despuntado al momento que camino sobre unas baldosas hexagonales.

Dos juniors coletos, borrachos, rezagados, se abrazan mientras discuten quien va a manejar su auto del año; cruzo la plaza, el parque, al tiempo que destapo la sacra cocacola a los pies de la cruz de madera que se enfrenta a la catedral. Se me acomodan las tripas y escucho: fugases, gritos en tzotzil (¿tzeltal, tojolabal?) de una bandada de barrenderos en plena faena sobre la plaza. Bajo la escalinata. Subo la banqueta: escucho a mis espaldas como mi camarada da una, dos, tres arcadas, intentando vaciar el estomago. No lo va a lograr, pienso: la cerveza en lata se digiere fácil.

Camino con la media cara escondida en el cuello de la chamarra. Me detengo para dar paso a una camioneta de redilas, y ahí està: descalza, rebozo negro, nimbada en la luz más azul del alba. Morena y octogenaria, silenciosa. Observo quieto. Cruza frente a mi, de siniestra a diestra: se pierde en al final de la calle, recortada bajo la fachada amarilla de un templo barroco.

Me destenso.

Estoy muy crudo para creer en fantasmas. Estoy muy crudo para tener gripa. Estoy muy crudo para seguir bebiendo.

Lo siguiente sabe a salmo:Nunca se està muy crudo para trabajar.

Cargar, sudar, acomodar: El ciclo de la vida. No hay mejor ciudad para hacerla de peón. Una ciudad que ha devorado, ávida, generaciones y generaciones de sudor, hueso y sangre.

Ya a medio día, sobre tres docenas de cajas, sintiendo el traqueteo de una camioneta que viene y va, recibo el sol, severo, sobre mis parpados. Vonnegut tenìa razòn, pienso tranquilo. Lo demás es convulsión. Tu alma sobre los rescoldos de una ciudad muerta y anónima. Tu pellejo sobre el paisaje.

Quien diga que viajar es el non-plus-ultra del ser humano es un pobre imbècil:

Diez, doce, catorce horas contigo mismo, inmóvil, rumiando tu propia historia; las miserias de tu vida haciéndose jirones entre el viento del camino; hipnosis de un paisaje interminable y cambiante: Maguey, pirul, pino, ahuahuete, liquidámbar, mango, tamarindo, ceiba, guamúchil, organillo, biznaga, palmera… un dialogo interno interminable, canibalesco. ¿Creen que los autobuses tienen televisores gratuitamente? No mamen.

El vértigo horizontal fulmina la mente.

Bien, OK. Viajar por viajar, sin esperar nada especifico al final del camino, puede ser anestésico. El reto es viajar en la incertidumbre; cuando todos tus nervios y músculos se crispan a causa de la promesa de un trabajo subsiguiente al ultimo escalón del estribo de un autobús.

Viaje de negocios; una feria de vanidades iluminada por los fuegos fatuos de la soledad.

Ciudad Real: Villaviciosa. Ciudad de místicos y hierofantes medio pedos que pagan con Visa.

Un paria-hippie-regetonero dominicano me ofrece su magia latin-lover para conquistar unas pendejas de Cuatlitlán-izcalli a cambio de pagar la cuenta. Me burlo sonoro: se pone serio: nadie en este hoyo colonial, paraje de mala muerte, tiene sentido del humor. Confunden fetichismo con solemnidad; búsqueda con redención: pendejos.

Los chamula cobran veinte varos por entrar a su templo. Sin fotos. Me rio quedito, como ellos.

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